Se quedó ahí parado. Había caminado varias calles
batallando con el diablito que le habían prestado para ir a buscar trabajo.
Pinche diablito, se decía mientras se rascaba la nuca y sentía cómo la mugre de
días se apelmazaba en sus uñas, no ta muy bueno que digamos. ¿Qué le costaba a
este cabrón decirme que una de las llantas está jodida? ¡Chingados, pinche
gacho!, y Gustavo siente, entonces, cómo los rayos del sol comienzan a
brincarle en la cara, cómo el sudor le pica en la espalda; cómo el calor baja
por su trasero y las piernas y, entonces, percibe su fetidez de días, de
semanas; y le pican las horas sin agua en las piernas y los brazos. ¡Chingado!,
dice de nuevo, igual y no encontraré algo, y luego con este pinche diablito
cojo; y el semáforo pasa de rojo a verde y él no avanza, permanece ahí,
ensimismado, aferrado al diablito azul cojo; con la vista resbalando sobre la
calle de Jalapa, con la nariz atenta al puesto de tacos de carnitas de la calle
de Puebla; con los ojos atentos en las nalgas de una chica que menea las
caderas al atravesar la calle. Los autos se detienen. El semáforo en rojo. El
olor a carnitas combinado con la hediondez de su carne (y vaya que ese
nauseabundo olor se las ingenia para delatar a quien no se ha lavado las
verijas durante semanas, para delatar un culo sucio y unas sobacos sudorosos).
Se talla los ojos, intenta limpiar el sudor que escurre por su cara; pica, el
sudor en sus pupilas, arde. Sudor y mugre en su mirada; fétido aroma en la
nariz y en la boca se le hace agua la lengua con el aroma a comida. A su lado
la gente camina, cruza la calle… algunos corren, le empujan en su camino, y él
ahí, en la esquina de Jalapa y Puebla, apretando los fierros de un diablito
azul cojo, descubre de pronto que su zapato derecho tiene un agujero nuevo;
levanta la vista y se asegura que nadie encuentre ese abismo que delata su
miseria: hoyo irremediable de su pobreza. No, pos no, así menos encontraré
trabajo. Esconde el zapato, se aferra al diablito cojo; el semáforo de nuevo en
verde y sus ojos ahora corren hacia Insurgentes. No, mejor me regreso, segurito
nomás le voy a hacer al pendejo. Mejor me regreso y veo la manera de tapar este
pinche hoyo del zapato. ¡Chingada madre, así no le dan trabajo a uno; y luego
este pinche diablito…! Semáforo de nuevo en rojo. Indecisión. Voy o no voy.
Mira el semáforo que continúa en rojo. Suda. Hiede. Le pica la mugre de su
cuerpo. Los tacos de carnitas le entran por la nariz y apuñalan su intestino.
Babea. Se limpia la boca y su lengua percibe ese sabor a sal mugre. Voy o no
voy… ¡Naaa, ya mañana Dios dirá!
Semáforo en verde y, Gustavo, rumbo a la Glorieta de
Insurgentes…
DR.
DR.
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