sábado, diciembre 22, 2007

Arturo Pérez-Reverte y Luis Sinco: Coincidencias en campos de batalla

“La verdad está en las cosas, no en nosotros,
pero nos necesita para manifestarse”
Arturo Pérez Reverte


Hace algunos meses leí El pintor de batallas de Arturo Pérez-Reverte, editado por Alfaguara. El pintor de batallas es una historia que muestra al lector el caos en el que se vive actualmente, un caos que encierra también amor, arte, ciencia, lucidez, soledad y guerra… sí, la guerra.
Pérez Reverte da muestra clara de que el pasado nos persigue y, en algunas ocasiones, nos alcanza. Tal es el caso de Faulques, fotógrafo reconocido, ex corresponsal de guerra, que después de varios años se encuentra con Ivo Marcovik, un soldado a quien fotografió en Vukovar, Croacia. El encuentro es peculiar porque es Marcovik quien, por años, busca a Faulques y, cuando lo encuentra, le reclama el hecho de que por la fotografía tomada su vida cambió radicalmente. Con la llegada de este personaje, la memoria de Faulques retoma escenarios sangrientos vividos en las guerras que el pintor presenció junto a Olvido, una ex modelo que se convierte en el amor de su vida y quien muere al pisar una mina. Ivo Marcovik ha regresado del pasado con un solo objetivo: matar a quien le fotografió durante una de las batallas y con cuya foto aumentó su fama.
Retomo la lectura de El pintor de batallas porque hace unas semanas, en la revista Proceso del 25 de Noviembre, salió un reportaje en la sección Internacional /Estados Unidos titulado La guerra interior de Miller y que habla precisamente de algo muy, muy semejante a lo que Pérez-Reverte trata en El pintor de batallas. Así como en la novela del autor nacido en Cartagena es Faulques el fotógrafo que toma la gráfica de Marcovik, en La guerra interior de Miller es Luis Sinco, fotógrafo del diario Los Ángeles Times, quien captó el rostro del sargento estadounidense James Blake Miller, después de un cruento combate en Falluja, Irak.
Cuando encontré el texto de Luis Sinco y comencé su lectura, de inmediato llegó a mi cabeza la novela de Arturo Pérez-Reverte, más aún cuando leí el inicio. Observen la similitud:
El pintor de batallas, Arturo Pérez-Reverte:
“… Acababan de correr cuatro kilómetros con los tanques enemigos pegados a las botas, y entre la reverberación del sol sobre el camino se movian ahora con extrema lentitud, casi fantasmales, sin otro ruido que el retumbar sordo de las explosiones lejanas y el roce de sus pies sobre la tierra… Faulques, al pasar junto a ellos, decidió registrar la imagen de aquella extenuación… dejó pasar varios rostros y eligió el tercero a través del visor, casi por azar: unos ojos claros extremadamente vacíos, unos rasgos descompuestos po el cansancio, la piel cubierta de gotas del mismo sudor que apelmazaba sobre la fente el pelo sucio y revuelto, y un viejo AK-47 apoyado con descuido sobre el hombro derecho, sostenido por una mano envuelta en un vendaje manchado y pardo. Después el obturador hizo clic.” (p 30-31)

La guerra interior de Miller, Luis Sinco:
“El joven marine encendió un cigarro y lo dejó colgar de sus labios. Un humo blanco envolvió su casco. Su cara estaba embadurnada con pintura de guerra. Goteaba sangre de su oreja derecha y del puente de la nariz. Ensordecido momentáneamente por la detonación de los cañones, no se dio cuenta de que el tiroteo había cesado. Miraba fijamente la salida del sol. Su expresión captó mi atención. Me decía que estaba aterrorizado, exhausto y simplemente contento de estar vivo. Reconocí esa mirada, porque yo me sentía igual. Levanté mi cámara y tomé algunas fotos.” (p 36)

Y las semejanzas continúan:
El pintor de Batallas:
“La foto se publicó cuatro semanas después, coincidiendo con la caída de Vukovar y el exterminio de sus defensores, y aquella imagen se convirtió en un símbolo de guerra. O, como concluyó el jurado profesional que la premió con el prestigioso Europa Focus de aquel año, en el símbolo de todos los soldados de todas las guerras.” (p 31)

La guerra interior de Miller:
“Con el clic de un disparador, el sargento James Blake Miller, un muchacho campirano de Kentuky, se convirtió en el emblema de la guerra de Irak. La imagen habría de cambiar dos vidas: la mía y la suya.” (p 36)

Una de las diferencias que marcan ambas historias, es el motivo del encuentro entre los fotógrafos y los soldados. Mientras que en El pintor de batallas es Ivo Marcovik quien busca a Faulques para matarlo (claro, después de conocerlo bien, dice el personaje), en La guerra interior de Miller es Luis Sinco quien, por órdenes de los editores del periódico para el que trabaja, busca al marine Marlboro “para darle seguimiento a la historia”. En la novela de Pérez-Reverte, Ivo Markovic desea conocer a quien lo hizo famoso, en el texto de Sinco, es el fotógrafo quien debe de alguna manera proteger a quien se ha convertido en un héroe valiente: “Las mujeres quieren casarse con él. Las madres querían saber si era su hijo.”
De igual manera, en ambas historias existe el desconocimiento por parte de los fotógrafos de los nombres de esos a quienes han fotografiado y lanzado a la fama. Ese es uno de los reproches que Markovic hace a Faulques: “…Usted hizo una foto a un soldado con quien se cruzó un par de segundos. Un soldado del que ignoraba hasta el nombre. Y esa foto dio la vuelta al mundo. Luego olvidó al soldado anónimo e hizo otras fotos. A otros cuyo nombre también ignoraba, imagino.” (p 41) En su narración, Luis Sinco apunta: “Yo ni siquiera sabía su nombre. Impactado por el tiroteo y exhausto, simplemente identifiqué a Miller como “un marine” y apreté “enviar”. (p 38)
En la novela de Pérez-Reverte el soldado es un personaje que, aunque con recuerdos crueles y una vida destrozada por la guerra, se mantiene fuerte en sus convicciones. Es como si el paso de los años y la carga de esos recuerdos le hayan proporcionado fortaleza y frialdad. En cambio, el marine de la historia de Sinco, regresa a casa después de la guerra y sufre de desorden de estrés postraumático. Mientras en El pintor de Batallas Ivo busca a Faulques para matarlo, en La guerra interior de Miller es el fotógrafo quien de pronto se descubre a cargo de Miller, quien poco a poco termina con su vida consumiendo drogas, alcohol y abandonando tratamientos médicos.
De esta manera, los fotógrafos de ambas historias, a pesar de haber obtenido el reconocimiento mundial por su arte, enfrentan la terrible responsabilidad de cargar con el pasado, un pasado que retorna a ellos en el rostro de soldados que llevaron a la fama con su cámara, rostros de la guerra, héroes que, dígamoslo así, tuvieron la suerte de ser conocidos por el resto de la humanidad y se salvaron del anonimato. Se debe mencionar sin embargo una diferencia entre ambos soldados: Mientras que Miller obtuvo el reconocimiento nacional y el apoyo incluso del gobierno de los Estados Unidos, mismo de derrochó y desaprovechó debido a su enfermedad; Ivo Markovic fue un soldado que fue sólo famoso en el momento en que se publicó su fotografía. Después de eso ni el mismo Faulques lo reconoció.
El punto de unión de ambas historias es la guerra, su crueldad, sus escenas terribles con cuerpos destrozados y sangre derramada en los campos de batalla; y encontramos también la historia de miles de hombres que son envíados a esos campos a combatir guerras inexplicables para, después, si tienen suerte, regresar a casa cargando el recuerdo de amigos y compañeros muertos, rostros ensangrentados que serán compañeros de pesadillas y transtornos mentales. Para estos hombres, como para los fotógrafos y corresponsales de guerra, la vida ya no será nunca igual. Su vida se quedó, sin ellos pedirlo, en alguno de esos enormes campos de batalla.




Arturo Pérez-Reverte, El pintor de batallas, editorial Alfaguara, México, D.F., 2006, pp 301.
Proceso, Semanario de información y análisis No. 1621, La guerra interna de Miller, Luis Sinco, México, D.F., número correspondiente al 25 de noviembre del 2007

martes, septiembre 11, 2007

La vida, la vida, la vida qué es la vida...

Últimamente las mañanas son frías, nubladas y amanecen con rastros de lluvia sobre el pavimento. Debo confesar que con mañanas como éstas, me resulta un tanto difícil abandonar el sueño y levantarme para los quehaceres cotidianos. Precisamente, inmersa en estas divagaciones en torno a la pereza y escuchando esa rola de El Gran Silencio, Dormir soñando…

“La vida, la vida, la vida qué es la vida
En tratar de comprenderla se nos va la propia vida…
Llena tu maleta de responsabilidad
Deja para mañana tu personalidad…”

…mis ojos encuentran una ventana que deja ver un foco encendido en lo que imagino una sala. De pronto un anciano asoma su rostro por esa ventana y se queda ahí, parado, observando detenidamente el ir y venir de los que en la calle andamos…

“La gente sólo observa la ropa y los hechos
más nunca siente lo que hay dentro de tu pecho…”

Sin saber por qué detengo mis pasos y trato de imaginar la vida de ese anciano.

“No estoy tan convencido de vivir en esta vida
no estoy tan convencido de vivir…”

¿Quién será? ¿Qué nos observa? Y la imaginación vuela. A cierta edad el hombre comienza por atender más cada uno de los momentos que pasan, se fija más en los detalles, en los minutos y sus sentidos se acentúan. Esto es lo que le sucede a Ernesto (así he nombrado a mi personaje), un anciano que vive con su única hija y sus nietos en un modesto departamento de Santa Lucía. Y Ernesto se acerca todas las mañanas a ver por la ventana esa vida que lentamente se le escapa. Ve a los niños tomados de la mano de la madre que los guía rumbo al colegio, a trabajadores y estudiantes con sus mochilas repletas de sueños y esperanza –la esperanza es un espejismo, se dice, un estado que se nos enseña a sentir para no desfallecer, para no ver la realidad – a mujeres formadas en la fila de la lechería y la vendimia que se establece en la banqueta y, por último a microbuses que llevan dentro de sí a un montón de personas que, incluso, van colgando de la puerta. Esta es la vida que se le escapa a Ernesto, estos son los momentos que añora vivir de nuevo pues, a cierta edad, el hombre comienza a temer, a aferrarse, a sufrir el apego aprendido durante muchos años.
Y Ernesto se queda ahí, frente a la ventana, mientras yo voy rumbo al trabajo a perseguir la parte de sueños que me corresponde, cargando mi maleta de responsabilidades y de una esperanza que poco a poco se congela dentro de mí, porque también, a cierta edad, el hombre es injusto y ciego con lo que posee y solamente se da cuenta de lo que tiene cuando encuentra a un anciano solitario mirando fijamente detrás de una ventana.

lunes, septiembre 03, 2007

De Creedence a la fecha

Ayer domingo estuve escuchando algo de música por la noche. Escuchaba Creedence y de pronto comenzó a sonar ¿Has visto alguna vez la lluvia? Y, despuecito, Orgullosa María para seguir con Cementerio de Trenes… La primera imagen que me llegó a la cabeza fue la figura de mi madre bailando al centro de la sala de aquella casa de mi infancia. Mi madre… en aquellos años su figura delgada, sus anteojos de moda y una sonrisa que iluminaba su rostro cuando escuchaba Creedence y comenzaba su clase de baile para mis hermanos y para mí. Y aquí sigue, en mi cabeza. Por la ventana entraba ese sol lechoso de las mañanas de fines de semana, esas mañanas típicas en el Estado de México, frías y en espera de que papá llegara del servicio militar.
No sé cuando se fueron esas mañanas, no sé en cuál esquina dieron vuelta y me dejaron aquí, con un sin fin de recuerdos en la cabeza y con la impotencia de saber que jamás, sí, jamás regresarán esos tiempos. Hace poco platicaba con mi hermana Sandra y recordábamos precisamente nuestra infancia, una de las épocas más hermosas de nuestras vidas. Lejos estábamos de saber realmente el significado de la palabra vida, a millas de distancia nos encontrábamos ella, mi hermano Antonio y yo de preocupaciones económicas, de responsabilidades como padres y de dolores que, justamente, el vivir trae consigo. Algunas de las preocupaciones de nuestra infancia era saber quién cazaría más moscas en su frasco el siguiente fin de semana, que el peluchín o el solovino (perros que custodiaban la calle en ese tiempo) no nos fuera a salir de pronto o que los doberman de la tortillería que se encontraba más allá del llano, no fueran a escaparse y nos fueran a dar un susto. Quién iría dentro del carrito de mandado al mercado y que a mamá le alcanzara el dinero para que nos comprara un esquimo de regreso; el que no se nos enredara el estambre con el que mamá hacía sus arreglos para el baño (los cuales vendía a precios económicos) o sacar a nuestro intento de san bernardo que buscaba ocultar su miedo entre la ventana y el protector cada que la parroquia de la colonia celebraba la fiesta patronal y lanzaba desde cuetes hasta palomazos o saber quién de los tres llegaría primero en su carrera a recibir a papá, cuando su uniforme verde militar asomaba al final de la calle. Esas eran nuestras “grandes” preocupaciones, esas y pasar las materias de la primaria con un buen promedio… Ahora, con el tiempo detrás de nosotros, ya convertidos en padres y con otras responsabilidades, las preocupaciones son otras, los dolores más agudos y los temores enormes.
Y aquí, frente a la computadora, con las lágrimas empañando mis anteojos y el recuerdo de mi madre y mis hermanos a mitad de aquella sala, cierro los ojos y me dejo llevar por la memoria porque sí, últimamente he sentido unas ganas enormes de huir al pasado. Imagino y deseo de pronto abrir los ojos y despertar en la que era mi recámara y encontrar el cielo azul de aquellas mañanas en mi ventana, escuchando a lo lejos el golpeteo de cacerolas y vasos en la cocina que anunciaban que mi madre ya se encontraba de pie mientras mi hermana Sandra dormía, pequeñita, en la otra cama. Lo único que me ayuda a permanecer en esta alternativa que acepté vivir, son Pablito y Samuel, mis hijos, mis compañeritos de batalla, mi vida entera. Con ellos he aprendido y estoy aprendiendo a vivir y deseo de todo corazón que, en un futuro no muy lejano, ellos también recuerden su infancia como la etapa más hermosa de su vida.
Mientras tanto llevo a cuestas mis recuerdos, la memoria entera, y aunque lejos, parte de mi corazón se encuentra en Monterrey, con mis padres, mis hermanos… mi sangre…
Algún día, sí, algún día todo volverá a ser como antes…
Así sea.

jueves, junio 14, 2007

De Mixcoac a Tacubaya y de Tacubaya a Cuauhtémoc

A Chatito (Pablo) y Nene (Samuel)
Mis compañeros de batalla...


clap clap
clap clap clap clap
clap clap clap clap clap
clap clap clap clap clap clap
...
Anda chatito, Nene no corras
denme la manita...
...
clap clap clap clap
clap clap clap clap clap
clap clap clap clap clap clap
...
Mami, ¿te digo una cosa?
¿Qué pasa chatito?
Ya me aburrí...
ya vamos a llegar al kinder, tranquilo...
...
clap clap clap clap
clap clap clap clap clap...

Y todo mundo con la vista clavada hacia un punto de la nada, esparcidos en los pasillos que conectan la línea naranja con la rosa en este metro del Distrito Federal, que oculta tantas historias y que muestra otras de manera cruel y deshumanizada.
Los periódicos gritan ejecuciones, dudas en torno a la selección y marchas en las principales avenidas de esta gran ciudad. Todos vamos detrás de algo que no logramos alcanzar.
Corremos.
Aquí en el DF no se camina, se corre, se vive aprisa y el calendario se le escurre a uno por el cuerpo hasta dejarlo todo arrugado, con los ojos siempre en ese punto fijo que nos llama y que se nos escapa cuando a punto estamos de alcanzarlo.
En esta parte del metro, a las 7:30 de la mañana, sólo se escucha el clap clap clap de las pisadas de todos. Es el quejido de nuestros zapatos que, acostumbrados al rutinario ir y venir, gritan en pasillos, escaleras eléctricas y al abordar el vagón del metro, breve espacio de un descanso añorado por zapatos y transeúntes. Si alguno de ustedes ha escuchado LINKS de Ramstein, pueden comparar el clap clap de estos pasos desmañanados de las estaciones del metro, con las que en esa rola se escuchan.

clap clap clap
clap clap clap clap
clap clap clap clap clap
...
Chatito, nene, apúrenle... Ahí viene el metro...

viernes, mayo 18, 2007

¿Dónde están?

¿Dónde están Gamaliel López, Gerardo Paredes? Compañeros, colegas...
Desde esta parte de México,un México en el que aún se cree en la libertad de expresión, en el ejercicio libre del periodismo; un México que rechaza la violencia, los secuestros, el caos... desde esta parte de México, elevamos nuestras oraciones para que nuestros compañeros pronto aparezcan.

A través de este blog, envíamos nuestro apoyo a las familias de Gamaliel y Gerardo. Exigimos, como ciudadanos, que las autoridades correspondientes agoten los recursos para localizarlos. Como periodistas exigimos que las condiciones para ejercer nuestro trabajo sean propicias, alejadas de esa búsqueda por truncar nuestra labor, por atemorizar e intentar callar y ocultar la verdad, la noticia siempre objetiva.

¿Dónde están Gamaliel y Gerardo? ¿Cómo están? A estas interrogantes de nuestra gente de Monterrey nos unimos, esperamos su pronta respuesta y, especialmente, deseamos que nuestros compañeros aparezcan con bien.

Ocho días de incertidumbre, de preguntas sin respuestas, de unir nuestras voces y exigencias, ocho días que se han tornado en un largo mutis, en una eternidad, porque la espera, en estas condiciones, suele desembocar en la desesperación y en la angustia por parte de quienes esperan. Y esperamos, sí, esperamos con la esperanza de que nuestros compañeros regresen.

Por favor, cualquier información que se tenga, comuníquenla a las autoridades correspondientes. Solicitamos la ayuda de la gente, esa gente que día a día recibió en su televisor la imagen y la noticia de Gamaliel y de Gerardo.

¿Dónde están?

Elevamos nuestras oraciones para que pronto aparezcan.

jueves, mayo 10, 2007

De andares y pasarelas en las estaciones del metro

De Observatorio a Cuauhtémoc, de Cuauhtémoc a Pino Suárez y de nuevo a Insurgentes; y de Insurgentes a Tacubaya... En la que sea, de estación en estación podemos observar toda una diversidad de formas de caminar. Diversos estilos se imponen en la antesala de los vagones del metro. El público cautivo es fiel testigo de ese ir y venir y es jurado principal de esa enorme pasarela. Sin pretender hacer un ensayo en torno a las formas de caminar, observemos sólo algunas, las más encontradas y las más aplaudidas.

El atleta: Este tipo de personas, atraviesan las estaciones del metro corriendo, atropellando a cuanto cristiano se les ponga en el camino. Ya sea en botas, en tacón, en chanclas o tenis, estos atletas del metro se encuentran siempre en competencia con el tiempo.

Las pati pamí: Maestras de la osadía, este tipo de chicas utilizan los pasillos que conectan las estaciones como pasarela de moda. Se contonean, paran las pompas y mueven su figura de manera “sensual” al estilo patí pamí, atrayendo la mirada de los “jueces” que caminan a su alrededor. Con esta forma de caminar se puede observar también la moda en la ropa de dichas chicas, que se enfoca principalmente a micro minifaldas, pantalones entallados que dejan ver su ropa interior y blusitas pegadas al cuerpo.

Los paciflorinos: Este tipo de personas utilizan las estaciones del metro como una especie de parque subterráneo, en el cual pueden caminar de la manera más relax que uno pueda imaginar. Mientras los atletas pasan corriendo a su lado, llevándose, si no es que aventando a los paciflorinos con la velocidad de sus pies, los paciflorinos caminan contemplando paredes, negocios y ventanales, pareciera que hacen un estudio detallado de cómo entra la luz solar por el techo y de cuáles son las causas de que las escaleras eléctricas de pronto no funcionan en estaciones como Constituyentes o Mixcoac.


Los rockeros: Este tipo de personas, principalmente chavos, caminan por las estaciones del metro, llevando el ritmo de la música que escuchan en la cabeza o en las manos. Se mueven como si estuvieran en pleno concierto de rock y su andar es intermedio, es decir, ni van aprisa ni estorban el camino como los paciflorinos. Este tipo de andares se pueden observan principalmente en la línea verde, CU – Indios Verdes.

Los de trenecito: Principalmente gente de la tercera edad que camina lento, pero seguro (que llegan) Podemos encontrar este tipo de personas pegadas al lado derecho de los pasillos que conectan dichas estaciones.

Con complejo de grúa: Generalmente madres de familia que llevan de la mano a sus niños. La mayoría arrastra a sus pequeños en su afán por llegar pronto a su destino. Su caminar se ubica en el estándar intermedio.

Los extraviados: Uno puede descubrir este tipo de andares fácilmente, ya que generalmente quienes se ubican en este estilo del caminar ven para todos lados, buscando algo en el nombre de las estaciones. Su andar entra en la clasificación de los paciflorinos.

No hay que olvidar a ese tipo raro de chavos que, aunque no caminan, pasan horas y horas sentados en las estaciones del metro, principalmente en el pasillo de abordar, pegados siempre a la pared; o a esas otras personas que esperan a alguien en la señal generalizada: debajo del reloj. Ambos tipos significan también personajes esenciales en las estaciones del metro del Distrito Federal.
Mi andar se ubica entre los atletas y los rockeros, siempre ando a la corre y corre pues el tiempo no me alcanza. Entre la escuela de los niños, llegar a casa y encontrar un empleo, el tiempo siempre hace de las suyas con mi tiempo... es algo complejo, y para correr a gusto, siempre traigo puestos los audífonos, escuchando a los Red Hot Chili Peppers, Ramstein o música que me invite a correr, porque si uno no corre en esta gran ciudad, corre el riesgo de que la marea de gente se lo lleve.

sábado, enero 27, 2007

Sin Título

I

Tras la noche
los perros,
avalancha del deseo
calle abajo.

Revienta la lluvia
y mi rostro
inmerso
en la almohada.

II

Pupilas de mar profundo
a b i e r t o.
Apenas una gota
que desata la lluvia,
apenas un roce
en cada extremo de la cama.

viernes, enero 05, 2007

Cambiando de tema y continuando con el año: Un mal cotidiano

Para todos aquellos que sufren de MALA VIDA
Para Fabián y Juan Pablo
Con cariño

Bueno, tal vez sea muy rápido cambiar de rola y de tema, pero bueno, el mal de amores es un tema cotidiano, todos lo sufrimos de alguna u otra forma. El amor... vaya tema tan complicado, vaya tema tan escabroso, sentimientos y razón en franca lucha, sentimientos que de pronto se ven abandonados, desplazados, pisoteados.
Dicen por ahí que el amor es sólo un estado en el que nos sentimos ligados a las personas porque nos hacen sentir bien ¿Hasta dónde debe uno soportar cuando ama? ¿Qué tanto debemos aguantar en nombre del amor? El amor es ciego, claro, pero aún con la venda en los ojos se sienten los chingadazos ¿o no?
Ante todo uno debe permanecer ecuánime (claro, si quedan ganas para ello), tranquilo, pensar con la cabeza fría, comportarse indiferente... Tal vez sea algo difícil porque el sentimiento es más grande que la frialdad que podamos llegar a tener, más no es imposible dar un poco de su propio chocolate a quien nos hace sufrir.
Abandono, olvido, desplazamiento, dolor... porque duele, en verdad duele cuando a uno, por más que se esmera, lo pisotean, lo desplazan ¿será la forma de demostrar amor de quien amamos? ¡Vaya forma, carajo! ¿No será mejor intentarlo y ver qué sucede? ¿No será mejor valorar lo que se tiene en lugar de andar buscando donde, tal vez, no se encuentre? Amor, amor, maldito y bendito al mismo tiempo.
Yo he decidido, cabalmente, este año NO enamorarme, seré yo, luego yo y para la posteridad yo. Tal vez con esta decisión, quien me quiera, logre valorar lo que soy, lo que entrego y lo que significo.
Para que canten la rola, hay les va la letra.

¡Pase lo que pase,
sea lo que sea!

Tú me estas dando mala vida

Tú me estás dando mala vida
yo pronto me voy para escapar
gitana mía por lo menos date cuenta
gitana mía por favor
no me dejas ni respirar
tú me estas dando mala vida

¡Cada día sangra mi corazón !

Dime por qué te trato yo tan bien
y tú me hablas como a un cabrón
Tú me estas dando mala vida

¡Cada día sangra mi corazón !
¡Cada día sangra mi corazón !
¡Cada día sangra mi corazón!
Tú me estás dando...

Tú me estás dando mala vida

Tú me estás dando mala vida
yo pronto me voy para escapar
gitana mía por lo menos date cuenta
gitana mía por favor
no me dejas ni respirar
tú me estás dando...

¡Próxima estación, próxima estación
ESPERANZA,
ESPERANZA!

miércoles, enero 03, 2007

Como dice la rola, Hoy estoy de vuelta, de vuelta de todo, de vuelta de nada... 2007

Pues bien. Tal vez les extrañe la rola que hoy escuchan, algo fuera de lo común para un blog dedicado a la poesía, a la literatura... pero también a la memoria, recuerden eso. La memoria, pisotones que deja el tiempo en nosotros... maldito... Esta rola la escuchaba cuando vivía aún en mi querido, adorado, idolatrado Monterrey (i´iñor). Sonia Silva-Rosas era otra Sonia Silva-Rosas. Los años nuevos le valían madre, sí, le valían madre porque no hacía caso de que el tiempo pasa. Ahora, escuchando esta rola, la invoco (¿Dónde chingados está la condenada?) y al parecer llega poco a poco, con los recuerdos -de nuevo, con la memoria-.
Hace algunos días fui a Monterrey, con la creencia de que estaba como yo lo había dejado hace dos años... mal, Sony, muy mal, porque las cosas y las personas cambian, más aún un lugar como Monterrey. Lo encontré muy cambiado: nuevas avenidas, nuevas formas de comunicación, nuevas personas... todo, todo nuevo, cambiado.
Amanecía cuando el autobús llegaba a mi Monterrey, ese tono azul naranja de las mañanas que avisan su llegada. De pronto, el paisaje se abrió ante mí y dejo ver el Cerro de las Mitras al fondo y, a su lado, el Cerro de la Silla, ¡Dios, qué hermoso reencuentro! Cuando llegué a la central hacía calor (mi hermano me había dicho que hacía mucho frío y llegué hasta con gorrita) y ese aroma... porque cada ciudad tiene su aroma, el de Monterrey es peculiar, es como si cerca estuviera el mar. Para mí, Monterrey huele a memoria, a recuerdos, a mucho amor, demasiado amor...
Creo que cuando viví en Monterrey nunca caminé tanto como ahora que regresé. San Pedro, Guadalupe... el centro, caminé mucho, quería traerme pedacitos de Monterrey en mis zapatos para sentirlo cerca.
Esta rola de Metallica la escuchaba cuando iba en la facultad. Llegaba siempre (primero en mi chevy y luego en mi bocho rojo) escuchándola a todo volumen... Eran otros tiempos, tal vez los mismos tiempos que hoy enfrentamos, de incertidumbre, pero se vivían de otra manera. No sabía lo que me esperaba en el futuro y eso me emocionaba, sólo que entonces yo andaba por los veintitantos y trazaba mi porvenir de otra manera: Estudios en España, seguir escribiendo, publicar, publicar, publicar; seguir mi labor como promotora cultural, a mi lado siempre mis compañeras Luisa, Aracely y las clases... latín, griego eran nuestros cocos, retórica ni se diga. Parrandas con Checo, Julio y Leonel, viajes con mis camaradas, el Armando, Cui, Gabriel, Rodrigo Alemany, Checo Valero y, por aquel entonces, el pintor Fernando Villalvazo. Lecturas, conferencias, presentaciones, publicaciones... el tiempo era otro, mi Monterrey era otro, yo era otra. Ahora, cuando descubro en el navegador esta rola, recuerdo todos esos momentos y me decido: Sonia Silva-Rosas debe regresar de inmediato. No sé cómo demonios le haga pero debe regresar la condenada.
Hoy sigo escribiendo y mi labor como promotora tuvo una pausa que debo reiniciar: el café Lefod, la casa de la cultura Dolores Castro, la Casa del Escritor. Tengo un sin fin de proyectos y nuevos amigos: Fabián, Orfa, Toñito Ramos, Edgar, Dany, Reneé, Alberto Cue, Enrique Romo, Epigmenio y Ale Peart y otros camaradas siguen ahí, en pie de lucha conmigo: Armando, Javi, Raúl Acevedo, Rodrigo Alemany, Tanya y Marco de Fonz, Will Rodríguez, Jorgito Lara, Leomar y Jaime López... tengo un trabajo que me encanta y busco otro. Mi vida, en verdad, ya no es como la de aquella Sonia. Tal vez ahora es más emocionante, llena de retos a vencer (porque soy vieja de retos, de luchas, combates y batallas ¡Tengo mi espada en guardia señores!)y sólo pido que regrese a mí aquella frialdad al hacer las cosas, al organizarlas, al planearlas. Necesito cabeza fría para sentir y caminar, para tomar decisiones y llevarlas a cabo. Necesito fortaleza para levantarme y darle más madrazos a la vida, porque a eso viene uno, a subirse al ring (como dice Jaime) y darle de chingazos a la vida. Estoy decidida a ello ¡He aquí mi espada, señores!
Este año, 2007, será bueno para todos, tengo la seguridad en ello. Este año será el mejor de todos, estoy decidida a ello, le daré un touché a la vida. Es tiempo, lo digo para mí y para todos, de vivir, vivir, vivir. Sentirse vivos, respirar profundo, aspirar el aroma de las mañanas y de las noches, contemplar como yo en estos momentos, la caída de las tardes con su tono azul naranja e imaginar un lugar sin límites, abrir los ojos lo más que se pueda y grabar en la memoria lo que vemos y sentimos, aspirar el aroma de esas mañanas que inician a través de un ventanal y de las tardes que caen, así como yo hago en este momento mientras escucho de nuevo a Metallica y la memoria me escarba la cabeza, mientras me tomo una chela y brindo por la memoria, por los recuerdos que nos recuerdan (¡vaya cosa!) quiénes somos, qué metas nos planteamos en un momento determinado de la vida y que nos traen de nueva cuenta aquellas imágenes de momentos que, definitivamente, eran mejores que los actuales.
¡Ánimo Señores! El 2007 apenas comienza. Su batalla se anuncia en el horizonte de esta tarde que cae. En guardia, a sacar espadas y floretes que la guerra, esa guerra personal, aún no ha terminado. Láncemos juntos un grito de guerra similar al que lanzaban los irlandeses en sus enfrentamientos y vamos, A LUCHAR.
LARGA VIDA A LA POESÍA, A LA PALABRA
LARGA VIDA A TODOS USTEDES
BENDICIONES Y LUZ
Y disfruten de esta rola de Metallica que, de verdad, no tiene madre.