jueves, octubre 26, 2006

Del amor, del apendejamiento y otros saltos al vacío

Para quienes pierden el corazón en el caos del apendejamiento

El amor es un estado de apendejamiento y sí, voy a comenzar así, de tajo, me vale madre lo que piensen, lo que digan, porque estoy diciendo la verdad. Cuando uno se enamora pierde todo control sobre sí mismo. Damos demasiadas concesiones cuando nos encontramos apendejados... Es como darle al enemigo la daga con la que cortará la yugular llena de sangre estúpida, idiota, perdida en algo que nos empeñamos en llamar amor y que no es otra cosa más que apendejamiento, porque el espíritu, nuestro espíritu, el real, no se encuentra en sí, se encuentra divagando quién sabe dónde, y por más que uno lo invoca el muy cabrón se niega a presentarse de la forma en la que se encontraba hasta antes de conocer al cabrón o a la canija que nos lo robó. Entonces llegan las decaídas, las depresiones. Valoramos demasiado tarde lo que antes poseíamos y añoramos los viejos tiempos, esos en los que los camaradas nos ayudaban a salir del apendejamiento (léase enamoramiento), momentos en los que ellos daban los ánimos necesarios para sobreponerse y salir victorioso, siempre acompañados de las chelas, de borracheras interminables en las que uno desahogaba la pena causada por tal instante de estupidez.
Cuando a uno lo dejan de amar es como si lo arrojaran al camión de la basura. Somos iguales a esas bolsas de desperdicios que entregamos al güey que recoge nuestra basura... Y ahí vamos, exigiendo al olvido nos baje de la ruta que lleva ese pinche camión, invocando el nombre de cada uno de esos camaradas que se encuentran lejos y que en esos momentos son tan necesarios, y también escuchamos a los Héroes del Silencio que nos gritan “somos de la memoria que se va” y sí, nos vamos, pero directito a la chingada con todo y nuestros sentimientos, con el corazón echo bolita y la garganta convertida en un nudo de recuerdos que buscan gritar, gritar el dolor que nos agobia, el dolor que ya no podemos cargar y con el que no sabemos qué hacer. Y los recuerdos se agolpan, uno a uno. Nos rasgan lo poquito que nos queda de corazón y se lo tragan a sabiendas de que su palpitar nos es necesario... Pero eso ya no cuenta, el estado de apendejamiento en el que nos encontramos es tal que ya ni gritar podemos, sólo miramos a nuestro alrededor buscando algo que sabemos de antemano hemos perdido. Es como esas batallas que se luchan sabiendo de antemano que ya nos jodimos, que el juego que estamos jugando nos llevará a perder y aún así apostamos todo, absolutamente todo y, cuando termina, nos restriega en la geta que efectivamente estábamos equivocados al apostar de esa manera...
El apendejamiento... el amor (o lo que es lo mismo, lo que no te mata te hace más fuerte) es un método eficaz para hacer de tu corazón una roca, un músculo que efectivamente llega a no sentir nada, absolutamente nada. Si buscas la manera de ser insensible, enamórate, verás como después de determinado tiempo tu corazón aprenderá a no sentir, a ver pero no llorar, a invocar recuerdos y a desafiar al tiempo con tal de que regrese en sus pasos para estar de nuevo con quienes deseas estar en esos momentos tan crudos... tan vacíos. En mi caso es escuchar y escuchar “La sirena varada” de los Héroes del Silencio. Es sentir de nuevo la presencia de mis camaradas, de mis compañeros de borracheras interminables, de aventuras que me llenaban y me hacían sentir viva. Es sentir cerca al Armando Alanís, a Cuitláhuac y al Gabriel, es buscar en la memoria aquellas desveladas con el Checo González, con el buen Julius, con Ricardo (que en paz descanse) y Leonel, es recordar viejos tiempos, momentos que aún guardo en mi corazón y en mi memoria, como si fueran la pócima regalada por algún druida poderoso... Viajes: Veracruz, Morelia y el intento de arrojar por la ventana la televisión de alguna habitación, aquel correr por sus calles y caerse por traer tanta charanda encima. Correr, correr por la vida que nos fluía por la sangre, por aquella juventud que aseguraba que éramos individuales, libres de hacer lo que quisiéramos porque el mundo era nuestro y le podíamos dar cuantas mordidas se nos antojaran y pensábamos jamás se nos acabaría... Pero heme aquí, que el mundo se me ha terminado porque caí en un estado de apendejamiento del que no he encontrado la salida, del cual no sé cómo escapar, cómo escabullirme; y es cuando extraño a aquella Sonia, la Sonia Machetes como me llamaban, la Sonia a la que no le importaba nada y nada la detenía, para ella no existía situación, circunstancia o momento que la detuviera porque era libre, libre, no vivía en un estado de apendejamiento como el actual. Para ella no existía el corazón y podía hacer y deshacer a su antojo.
Aquí estoy, en un estado de apendejamiento que, como digo, no puedo superar y me descubro egoísta porque no dejo vivir lo que yo ya viví. Me descubro con muchas preguntas y con la necesidad de saber cómo diablos le hizo Julio para soportar tantas locuras y, entonces, de nuevo, acepto que me urge su consejo, saber cómo demonios le hizo para soportarme, cómo le hizo para dejarme ser sin ser egoísta, cómo le hizo para darme libertad... cómo le hizo para callar el dolor que le causaba... cómo le hizo para dejarme ir ¿Así de fuerte sintió este dolor?
En fin, de nuevo escucho “La sirena varada”, de nuevo limpio mis ojos e intento ver qué tanto escribo en mi estado de apendejamiento.
Disculpa lector, esta forma tan atroz de abrirme el pecho y cercenarme el corazón pero ¿existe otra forma de catarsis para quienes escribimos? No lo creo, nuestra única arma es la palabra y a ella me aferro con la esperanza de que pronto logre rescatarme de mis demonios.