viernes, agosto 05, 2011

De Cuauhtémoc a Tacubaya

Respira hondo, profundo. Por unos instantes observa la hoja en blanco que le arroja la pantalla. Un cigarro recién encendido en la mano y los pensamientos cercenando cada una de sus neuronas. Diez de la noche. A su lado, él, ensimismado en sus vacíos, asomado a una de sus ventanas, intenta encontrar eso que perdió hace ya varios años. Pero nada. Tan fuerte es la costumbre que orilla a la rutina en lugar de enfrentar el dolor de una separación.
Y de la rutina y la costumbre se salta a los silencios prolongados, a conformarse a tener como confidente y amiga a la pantalla de una computadora. Se puede estar con él pero no en realidad, es decir, de un momento a otro ella se transforma en una integrante más de su messenger y, cuando necesita hablar con él, ella tiene la obligación de enviar zumbidos para que le preste atención. Sin embargo, en este momento ya ni los zumbidos sirven de algo. Es el silencio la única respuesta, el silencio y una especie de abandono permitido que poco a poco le mina el cerebro y le endurece el corazón.
Esta es una de las consecuencias del avance de la tecnología. Se puede estar en compañía de alguien, pero no, es decir (de nuevo la maldita suposición) uno se sigue sintiendo tan solo, tan vacío. Es preferible hablar con personas que ni siquiera se conoce a través del messenger y del chat, es preferible ver cómo una vieja se encuera por cam que desnudar tiernamente a la que se tiene ahí, justo a un lado. Es preferible observar cómo una pareja coge en páginas porno que hacer el amor en casa. Es preferible masturbarse y con ello sentirse realizado. Son preferibles muchas, muchas cosas menos el confirmar que no se está solo. Al ser humano le ha dado por alejarse de lo que tiene al alcance de la mano. Es una especie de masoquista inconforme que se muestra como mártir cuando es él quien atormenta y nada le parece justo, nada le tiene contento, nada le convence, nada lo satisface.
22:23… el cigarro se ha terminado. Su computadora avisa que más chavas quieren hablar con él, ella se resigna ¿Tiene otra alternativa acaso? ¿Existe otro camino? Tal vez. Sabe que la resignación es sinónimo de conformismo. Lanza un zumbido, él contesta a través del messenger, ella le pide su copa de vino que está justo en su mesa de trabajo, él se la entrega y retorna a su pantalla llena de conversaciones. Ella, con la vista aún en la hoja en blanco de su pantalla, lanza el humo de otro cigarro.
Un último zumbido. Él sólo levanta la ceja y niega toda respuesta con la cabeza.