jueves, enero 10, 2013

Del amor al materialismo: en la orilla del desencanto (Segunda entrega)



“… Las diferencias no son muchas entre palabras que a veces son de colores, y los colores que no consiguen resistir al deseo de querer ser palabras. Así pasa mi tiempo, con el tiempo de los otros y el tiempo que a los otros inventó… ¿Qué es el tiempo para quien en este exacto momento muere, sin haber sabido, por el saber del entendimiento, dónde nació?
José Saramago

Dolor, tiempo… ¿En qué preciso momento nos damos cuenta de que llevamos, desde que abrimos los ojos al tiempo, el dolor al pecho como azagaya de por vida? ¿Tiene el tiempo dolor? O mejor aún, ¿cuánto tiempo necesita el dolor para devorarnos, para desmembrarnos?
“Somos tan sólo sueño de tinta”, pero quién nos sueña, quién, de manera cruel y abierta se atreve a tatuarnos el dolor según el paso de los minutos; quién nos condena a la hora perpetuamente cíclica.
Entre la tinta y el acrílico –e incluso, en la fotografía- se encuentra la pócima secreta. El paso del pincel en el lienzo o de la pluma y/o la imagen en el papel es fiel registro del dolor de ver transcurrir los días de mano de la poesía. Poesía y pintura son, como diría Octavio Paz, hermanas inseparables, no podemos concebirlas una sin la otra pues “la luz y el verbo se hacen poro, // el poro se hace aguja, // camina el agua puros camposantos”.  Y a partir de esta luz y ese verbo es que el hombre busca entender el porqué del caos, de la confusión y del dolor que a todos nos revienta por la mañana cuando de nuevo abrimos los ojos a la rutina, a la soledad, al abandono.
Lamentable aceptar de antemano que la vida no es sino el lobby del gran cementerio que a todos nos aguarda al final. Vivimos… vivir… Qué sentido tiene cuando descubrimos que somos la repetición de los actos que se reflejan en un espejo de sombras, que somos el sueño de algún otro y que huimos por un laberinto del que nos es imposible escapar; un laberinto interior, personal, que nos dificulta ocultar detrás de una sonrisa la fatiga de cargar con ese dolor que cotidiano nos roba hasta la voluntad.
“El mundo es un dibujo sobre el agua”. Nuestro mundo colorea su confusión con la nulidad del color. No somos sino una mancha negra, cada quien, cada uno, intentando dispersar lo más que se pueda la angustia de la vida. “Exprimimos el tiempo como otros exprimen un lai-chi sobre la piel sonámbula del labio. Y arrojan la semilla para que crezca tras de sí un árbol de relojes y alfabetos”, porque además de mancha, número y palabra llenan nuestro mundo.
Soledad y confusión. Buscamos aferrarnos a algo e ignorar nuestra debilidad, desconocer que vivimos en abandono. Richard Tarnas, en su libro Cosmos y Psique: indicios para una nueva visión del mundo, comenta que la historia humana y la evolución de la conciencia humana son un relato predominantemente problemático, e incluso trágico, de la gradual pero radical caída y separación de la humanidad respecto de un estado original de unidad con la naturaleza y una integradora dimensión espiritual del ser.
De esta manera, y bajo estas circunstancias, es evidente que el Hombre vive un empobrecimiento progresivo de su vida y de su espíritu, y atraviesa por una lamentable fragmentación que le orilla inevitablemente a la decepción existencial… al desencanto.
Llegados a este punto la pregunta obligada es: ¿Habrá, en un futuro inmediato, alguna posibilidad de reconciliación entre el Ser y el Mundo que habita? ¿Cuál es el estatus de la permanencia del Hombre en un mundo en el que, incluso, ha violentado las leyes de la naturaleza?
En su condición primordial – añade Tarnas – la humanidad había poseído un conocimiento instintivo de la profunda unidad e interconexión sagrada del mundo, pero bajo la influencia de la mentalidad occidental, sobre todo en su expresión moderna, el curso de la historia produjo una profunda escisión entre la humanidad y la naturaleza, así como una desacralización del mundo.
“Este desarrollo coincidió con una creciente explotación destructiva de la naturaleza, la devastación de las culturas tradicionales indígenas, la pérdida de fe en las realidades espirituales y un estado cada vez más desdichado del alma humana que se siente cada vez más aislada, superficial e irrealizada”, añade Tarnas.
®

1 comentario:

María Ayala T. dijo...


He leído cuatro veces esta publicación:
"Del amor al materialismo" me tiene imanada desde el principio y me atrapa por ratos como aquí... ¿cuánto tiempo necesita el dolor para devorarnos?

Y aquí...
Lamentable aceptar de antemano que la vida no es sino el lobby del gran cementerio que a todos nos aguarda al final.

es evidente que el Hombre vive un empobrecimiento progresivo de su vida y de su espíritu, y atraviesa por una lamentable fragmentación que le orilla inevitablemente a la decepción existencial… al desencanto. R. Tarnas.

En fin...me gusta, me gusta mucho, ante esto no sé decir más al menos algo mejor sólo que me gusta. Me encanta tu blog, Sonia, saludos. María