Dice Cristina
Rivera Garza que el amor sólo se experimenta, después en la reflexión que
sucede a la descompostura interna que sólo atenúa, a veces, el lenguaje amoroso
que, según algunos, no fue creado sino hasta el siglo XII o XIII A.C.
El amor… El Dios creador creó al mundo de la nada por amor, afirma María
Zambrano, y uno de los mandamientos dictados por Jesús es precisamente amaos
los unos a los otros. Por amor, Shakespeare llevó a la muerte a Romeo y
Julieta; y Ortega y Gasset comentó en alguna ocasión que el amor es un eterno
insatisfecho.
Si fuimos creados por amor y por amor permanecemos, ¿por qué el hombre,
formado a partir del amor, ha declarado muerto a su Creador? No es de mi
interés hablar aquí del amor de pareja, no; más bien observo en que estatus se
encuentra el concepto del amor en estos momentos en los que la historia del
hombre vive momentos tan importantes, cambios y transformaciones que suceden en
el límite de la angustia, el dolor y el materialismo, el amor parece ubicarse
tan distante y ajeno al hombre.
El amor es el agente de destrucción más poderoso, comenta María Zambrano, y
lo es porque todo el que lleva en sí una brizna de amor descubre algún día el
vacío de las cosas. Tanta fue la libertad y el amor que se le dio al hombre
que, ahora, se descubre hueco, vacío y aislado completamente del resto. La
libertad es uno de los conceptos que se encuentra ligado al amor, y lo es
porque sin libertad no se entendería por completo su significado.
San Agustín distinguía dos clases de amor: el amor dirigido a Dios (caritas) y el amor dirigido a las
criaturas (cupiditas). El amor en
tiempos de San Agustín observaba que de todos los bienes creados se exigía una
referencia a Dios. “El amor a Dios es un don de Dios”. El amor va más allá del
temor y se niega al interés. Asimismo, San Agustín señala que proclamar un
mandamiento que hablara del amor a sí mismo era innecesario pues quien ama a
Dios se ama a sí mismo. De esta manera, según San Agustín, el amor tiene cuatro
dimensiones: Dios, uno mismo, el otro y la naturaleza, todos vistos como una
unidad.
El origen de toda actividad humana hay que buscarla siempre en la voluntad
o el amor, en este sentido, San Agustín habla de un amor preontológico,
inconsciente: un amor que abarca la caridad y la concupiscencia, al bien y al
mal. Ese amor nada tiene que ver con la moral sino que pertenece al campo de la
metafísica del hombre. El amor también es orden y dentro de este orden se debe
concebir la paz como la tranquilidad del hombre.
Antes de San Agustín, Sócrates llegó a la conclusión de que el amor siempre
se dirige a lo que es bueno y de que la bondad es el único objeto del amor.
Toda actividad humana está motivada por amor. Partiendo de esta premisa, ¿se
puede afirmar, entonces, que el hombre mató a Dios por amor? ¿En qué momento el
hombre dejó de creer y, por ende, de amar a su Creador? Es evidente que, a
partir de este asesinato divino, se perdieron o eliminaron las cuatro
dimensiones planteadas por San Agustín ya que, por lógica, si no se ama a Dios no
puede existir el amor hacia uno mismo, ni hacia el prójimo ni a la naturaleza:
“Dios
ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado. ¿Cómo podríamos
reconfortarnos, los asesinos de todos los asesinos? El más santo y el más
poderoso que el mundo ha poseído se ha desangrado bajo nuestros cuchillos:
¿quién limpiará esta sangre de nosotros? ¿Qué agua nos limpiará? ¿Qué
rito expiatorio, qué
juegos sagrados deberíamos inventar? ¿No es la grandeza de este hecho demasiado
grande para nosotros? ¿Debemos aparecer dignos de ella?”
Nietzsche, La
gaya ciencia, sección 125
Al
eliminar a Dios y las cuatro dimensiones que giraban en torno al amor que debía
sentir por el Creador, el hombre rechaza todos los valores absolutos y hace uso
de esa libertad de conciencia –como le llama María Zambrano -, una libertad ha ido adquiriendo un signo negativo pues
le ha llevado, incluso, a transformar el concepto de humanismo: “De nuevo el
hombre se ha encadenado a la necesidad, más ahora por decisión propia y en
nombre de la libertad. Ha renunciado al amor en provecho del ejercicio de una
función orgánica: ha cambiado sus pasiones por complejos. Porque no quiere
aceptar la herencia divina creyendo librarse por ello del sufrimiento, de la
pasión que todo lo divino sufre entre nosotros y en nosotros.” (1)
Y
después de asesinar a Dios y de renunciar al amor que de Él emana, el hombre
goza de esa libertad que en realidad es una habitación que aparenta tener
puertas y ventanas abiertas para emprender vuelos y disfrutar de la ausencia de
las cadenas que condenaban y vigilaban su forma de proceder, sus movimientos y
su forma de expresar. Lejos se encontraba el hombre de aquél ser divino que le
vigilaba y le castigaba hechos y palabras que le molestaban; en ese momento,
libre al fin, el hombre era el hombre per se. Nada sucedería pues el hombre
estaba consciente de su orfandad.
A
partir de esta libertad es que inicia el desmembramiento del hombre
(específicamente a partir de la Revolución Industrial) y Marx avisaba entonces
que se llevaría a cabo una división del trabajo, la mecanización, la
explotación y el comercio. La era de la técnica y la industria se desarrolla y
surge, de manera paralela, una era de codicia y espíritu mercantil sustentada
en el capital y en el proletario cada vez más depauperado. Todo el discurso de
amor al prójimo, amor a sí mismo y amor a Dios es reemplazado por el
individualismo. El individuo, como tal, permanece desde entonces en competencia
con el resto: un humanismo liberal en el que prevalecía el egoísmo, el interés
y el capricho al margen de la comunidad.
Aquellas
cuatro dimensiones del amor dictadas por San Agustín son sustituidas por la
división del trabajo, la mecanización, la explotación y el comercio. El
materialismo había nacido. ®
(1) María Zambrano. “Dos fragmentos sobre el amor”.
Club Internacional del Libro. Universidad de Alcalá. Madrid, España. 1988.
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