sábado, enero 22, 2005

Sin Título

Para Armando y Gaby
Gabriela habla y habla. Desde hace un buen rato dejé de prestar atención a lo que me platica. Lo último que alcancé a escuchar fue que la vecina del siete se encuentra preocupada porque su hija no llegó a dormir a casa. No me interesa en absoluto enterarme de los problemas de los demás, bastante tengo con buscar una salida para los míos. Intento gozar del lento transcurrir de las horas en esta que hemos llamado nuestra plaza, sentir cómo la vida busca sonreírnos a pesar de los contratiempos y la rutina.
Este folleto que ilustra y promueve un sin fin de estilos y marcas de relojes fue lo que me orilló a distraer mi atención de la plática de Gabriela. ¿Por qué nos empeñamos en inventarle al tiempo toda una gama de rostros? No logro entenderlo. El tiempo no se preocupa siquiera por mostrarse hermoso ante los hombres, él solamente corre y corre, fluye sin tomarnos en cuenta y si un rostro posee, es el de cuerpos agrietados y marchitos a causa de su paso: sus ojos son nuestros ojos que secan lentamente el cansancio y el contemplar tantas cosas en esta vida. Tal vez el tiempo tropieza con alguna de las arrugas que se dibujan en el montón de rostros de este mundo y, por cada caída que sufre encima de nosotros, nos condena en venganza a un día menos de existencia. Pienso que por eso los hombres se preocupan en diseñarle un rostro pues, de esta manera, el tiempo tendrá uno propio y, quizá, se olvide de hurtar la lozanía de caras y cuerpos; de apropiarse de las voces para enronquecerlas y, con ello, se olvide de destinarnos a envejecer.
¿De qué color será el tiempo: negro, blanco? No lo imagino siquiera. El tiempo es igual para blancos y negros, para gordos y flacos, para cuerdos y locos; a todos nos persigue y, cuando nos alcanza, nos manosea tan bruscamente hasta convertirnos en pequeñas pasas vivientes.
El contemplar esta variedad de rostros que el hombre se empeña en delinearle al tiempo (aunque todos sean exactamente iguales) me ha hecho recordar lo que el tío Carlos hacía hasta hace poco. Su trabajo le exigía viajar por varios Estados de la República y, en consecuencia, casi nunca estaba en casa. Esto no era problema, pues la tía no ponía resistencia alguna, ya si no, cómo podía exigirle estar con ella, aquí en el pueblo, si ni siquiera estaban casados. En cierta forma el tío era libre de hacer lo que le viniera en gana; y aunque la tía Lilián le sabía sus movidas, no le reclamaba nada pues, como dicen, "ojos que no ven, corazón que no siente".
Pero regresemos a las manías que al tío apasionaban. Es de sobra mencionar que cuando uno viaja solo, aparecen un sin fin de personas en nuestro camino. El tío tenía una suerte bruta con las mujeres y tal vez confiado en ello llegó a cumplir cabalmente, y al pie de la letra, ese refrán que los marineros pregonan.
Para sellar un nuevo “pacto de amor" con alguna de sus aventuras (porque, decía, eran sólo eso y nada más), intercambiaba un reloj de buena marca y excelente estilo que procuraba traer siempre consigo (y que les hacía creer había comprado antes de salir de viaje), por el que la recién conocida poseía. Lo que no sabía cada nueva aventura del tío, era que el reloj que recibía, pertenecía a la mujer que éste tenía en otro de los Estados que visitaba con frecuencia.
Al principio no entendía el por qué de esta manía del tío Carlos, incluso, cuando arrogante me confiaba sus triunfos sentimentales llegué a tacharlo de cruel, pues me preguntaba cómo reaccionarían esas mujeres si se llegaban a enterar de que sus relojes (que creían acompañaban al tío por siempre y en cierta forma lo obligaban a recordarlas) eran intercambiados de la misma manera por otros en otras ciudades inscritas en su gran harem. Conociendo a las mujeres es fácil averiguarlo: Se hubiesen sentido traicionadas, heridas y burladas por el tío y, por qué no, con un enorme deseo de ponerlo en su lugar.
Todo este teatro le funcionó muy bien hasta que, no sé si dentro de sus cabales o en algún trance de verdadero amor, se le ocurrió intercambiar el reloj de la tía. Cuando regresó a casa de aquel viaje a Tuxtla, la tía le preguntó si, de pura casualidad, no había visto su reloj. El tío, algo nervioso, no supo qué responder y guardó silencio por varios minutos moviendo la cabeza en sentido de negación. En ese entonces yo vivía con ellos pues mi padre estaba fuera de la ciudad, también por cuestiones de trabajo.
--- ¡En la madre Armando! Algo me dice que la regué toditita --- Lógico es que el tío estaba que se lo cargaba, pues el reloj se había quedado en Tuxtla con una de sus viejas.
--- ¿Por qué, tío? --- Pregunté fingiendo no recordar su costumbre de regalar lo que, a decir verdad, no era digno de poseer--- ¿A poco sabes dónde está el reloj de la tía? --- y sin ganas proseguí con la mirada clavada en papeles y cotizaciones que elaboraba para la empresa en la que en ese tiempo trabajaba.
--- ¡Mmm, que si sé! Se me ocurrió intercambiarlo en Chiapas cuando fui a lo de la auditoría --- Cuando confesó esto, abrió lo más que pudo sus ojos y caminó de un extremo a otro, semejante a un león que de repente se sabe acorralado y a la vez perdido.
--- ¡Ahora sí la hiciste buena! Mira que regalar el reloj de la tía...--- Forzado a ello, tuve que levantar la vista y seguirle en su afán por cavar un pozo en línea recta a lo largo de la sala. En voz baja, cuidando que la tía no lo escuchara, continuó confesándome su torpeza.
--- Es que se me olvidó el reloj de la de Guerrero. No pude llevarme el mío porque se le había caído el perno y me llevé el de tu tía --- Para entonces la tía echaba madres en la recámara mientras buscaba el reloj hasta debajo de la cama. Aventaba todo y culpaba a mi prima Andrea de habérselo llevado al colegio y haberlo perdido. Andrea alegaba a gritos que eso no era cierto y se defendía de las acusaciones.
--- ¿Y qué vas a hacer ahora? La tía no descansará hasta encontrar ese reloj, recuerda que siente por él un chingo de cariño pues fue un regalo del abuelo --- Vaya, hasta yo me molesté por lo que el tío Carlos había hecho. Nomás de imaginar que la tía descubriera o sospechara el paradero de su reloj...
--- ¿Sabes qué? Mañana mismo, muy temprano, me voy a buscar a esta vieja pa que me devuelva el reloj y le regalo otro --- Recuerdo bien que cuando mencionó esto último, revisaba su cartera para ver cuánto traía para el pasaje. Como era viaje personal, el despacho no cubriría los gastos y no sabía qué excusa inventar para ausentarse e ir en busca del mentado reloj.
--- ¿A Tuxtla? ¿Vas a ir de nuevo a Chiapas? --- Creo que adrede levanté un poco la voz y, en el acto, el tío chistó molesto haciéndome la seña de que no hablara tan fuerte.
--- No Armando, esta niña no vive en Chiapas, parece que es del norte...
--- ¿Cómo que parece? ¿No sabes ni dónde vive?
--- ¡No jodas! Es de Chihuahua...
De nuevo interrumpí levantando la voz:
--- ¿Vas a ir a Chihuahua? Conociste a una mujer de Chihuahua en Chiapas --- Una carcajada traicionó mi seriedad--- ¿Y por lo menos sabes dónde vive?
--- Sí. Acostumbro pedirles teléfono y dirección pa cuando me envíen del despacho a trabajar a su ciudad. --- Frotando su rostro y rascándose una y otra vez la cabeza, añadió decidido--- Mañana mismo me voy pa Chihuahua. No se te vaya a ocurrir decirle a tu tía a qué diablos voy. Le voy a decir que de repente y sin avisar, uno de los supervisores me envió hasta allá...
--- Pero Chihuahua no pertenece a tu zona...
--- Ya sabré que inventar. Deja voy a preparar la maleta y ya sabes, pico de cera y ¡ay de ti con que me eches de cabeza!
El tío Carlos salió para Chihuahua la mañana siguiente. Ya estando allá llamó a la tía y ella, sorprendida, preguntó qué hacía en aquel lugar. La mentira ya estaba planeada y funcionó a la perfección, tan es así, que es fecha que el tío no regresa a casa y la tía, como ya dije, no tiene por qué ponerse exigente pues ni siquiera están casados. Pienso que tal vez no ha encontrado a la mujer a quien obsequió el reloj o, también, cabe la posibilidad de que se haya enamorado en realidad de esta niña, que prefirió quedarse con ella en ese extremo del mapa.
Debo confesar que desde entonces me quema la curiosidad por saber por qué el tío intercambiaba relojes con cada una de sus amantes. Creo saber la respuesta. El tiempo es un fantasma viviente tan real que adquiere forma en nosotros según transcurren los días. Él decidió guardar veinticuatro fragmentos de tiempo en el pulso de sus amantes (¿En cuántas amantes guardaría su tiempo?), acumular segundos y segundos hasta poseer (como cuando uno tiene una cuenta de ahorros en el banco) una buena cantidad de tiempo extra que solicitaría a cada una de sus mujeres llegado el momento. Pero ¿cómo hacerlos válidos? ¿Cómo retirar del banco del tiempo esa cuenta de ahorros? Vaya manía del tío. ¿Habrá conocido, con todos estos intercambios y entre la diversidad de estilos, formas y dimensiones que confiaba a sus amantes, el rostro del tiempo y su misterio? Eso no lo sé y tal vez nunca lo sepa. De lo que sí estoy bien seguro es de que, cuando Gabriela decida regalarme ese reloj que lleva consigo (Aún no logro convencerla de que me lo entregue) nunca voy a separarlo de mi pulso pues, aunque se niegue a aceptarlo, mis latidos siguen desde hace mucho el ritmo de los suyos. Éste es un juramento tal vez cursi. Pienso, sin embargo, es la única manera de lograr fundirme totalmente en su esencia; la única manera de habitar juntos el correr incansable del tiempo sin adelantarnos ni evaporarnos uno antes que el otro.

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