miércoles, noviembre 28, 2012





La cola de la serpiente
Leonardo Padura. Tusquets Editores

"... cada cosa, animal y persona viene al mundo con su propio camino, su propio tao, pero a la vez no existe nada con la capacidad de ser eternamente invariable. Todo puede convertirse en su contrario, la búsqueda de la felicidad puede llevar hasta la desgracia y hasta la muerte, y el hombre sabio debe encontrar el carácter esencial de las cosas y siempre observar las leyes naturales de la vida, el tao marcado, la senda de cada uno, para poder entrar en posesión de la sabiduría y llegar al conocimiento de la verdad",  confía el chino Juan Chion a Mario Conde en La cola de la serpiente (Tusquets Editores, 2011), la novela más reciente de Padura quien también recibió hace poco el Premio Carbet del Caribe y del Mundo por su novela El hombre que amaba a los perros.
            La cola de la serpiente parte de un hecho que, a simple vista, pudiera ser tan simple, tan cotidiano y que, sin embargo, permite a Padura recorrer no sólo el corpus delicti sino, también, el corpus de una Habana casi en ruinas: una ciudad abandonada y un pueblo resignado a vivir ese abandono: el abandono de sus gobernantes, de sus funcionarios, del mundo y, por tanto, ante ese abandono Padura retrata la triste resignación del pueblo, un pueblo que se conforma, que aguanta, que espera pero ¿qué puede esperar un pueblo al que se le obliga a soportar todo tipo de inclemencias?  Acostumbrado a la indiferencia de sus gobernantes, el pueblo cubano sólo espera que no se corte la energía eléctrica para que el ventilador, en un día caluroso, refresque la vida y, de igual manera, para no perderse la comedia vespertina, ésa en la que las mujeres ahogan la esperanza y les hace más llevadera la sobrevivencia a través de la vida de los personajes principales.
            Fue precisamente durante uno de esos días calurosos que Patricia Chion llegó a la casa de Conde para encomendarle la solución de un crimen: el asesinato del chino Pedro Cuang, a quien habían colgado del techo de su casa y, antes de dejarle abandonado, sostenido apenas por un lazo del techo de su casa, le habían marcado el pecho con un símbolo propio de la santería y le habían cortado un dedo de la mano. Este caso hubiera pasado como un asesinato más a no ser que la encomienda del caso llegó de manos de Patricia, hija de Juan Chion, uno de los mejores amigos del policía y uno de los amores deseados por el policía y, también, porque ese símbolo trazado en el pecho del muerto había despertado en Conde el interés por averiguar su significado.
            Las indagatorias en torno al asesinato de Cuang llevan a Conde a adentrarse en el mundo de la magia, la brujería y la santería. Para ello tiene que familiarizarse con símbolos de la santería cubana por lo que acude a uno de los viejos nganguleros más importantes e influyentes de La Habana, Marcial Varona, respetado entre todos los brujos de la Regla, meca de la brujería cubana. Es Varona, babalao de la Regla de Ocha y conocedor de las prácticas de la santería Yoruba, quien le informa a Conde que, el símbolo en el pecho del muerto Cuang era Zarabanda, nganga, una mezcla criolla de brujería. Esta primera escala en su viaje por el mundo de la santería sorprende a Conde, pues durante las pesquisas en este mundo esotérico se entera que nganga quiere decir “espíritu de otro mundo”, un espíritu que, según palabras de Varona, es más poderoso si se guarda en el cráneo de algún muerto conocido y, si es chino, los resultados son excelentes. Una nganga representa poder, un poder sin límites.
            “En la nganga, que físicamente se reúne en una cazuela de hierro donde se colocan varios atributos, se atrapa al difunto para que sea esclavo de un vivo y haga lo que el vivo le ordene. La nganga es poder y casi siempre se usa para hacer el mal, para acabar con los enemigos, porque la nganga concentra las fuerzas sobrenaturales del cementerio, donde están los difuntos, y las potencias del monte, donde están los palos sagrados de los árboles, entre los que viven los espíritus…”
Leonardo Padura se aproxima a cuestiones esotéricas desde el punto de vista de dos culturas: la afrocubana y la china. Y es que, en un principio, Juan Chion comenta a Conde que ese círculo con dos flechas y cuatro cruces pequeñas grabadas en el pecho del muerto Pedro Cuang se relaciona con el héroe mitológico Cuang Co, o san Fan Con como lo nombran en la santería cubana.
Es esa primera pista la que lleva a Conde a recorrer los senderos de la brujería, la santería y la mitología china, extraña fusión que le obliga a indagar aún más y averiguar que san Fan Con es el dueño de la fortuna y, precisamente, el símbolo marcado en el pecho de Cuang es uno de los más negativos: “el hombre marcado por él sólo podía esperar todas las desgracias de los dos mundos: el de los vivos y el de los muertos”. Conde, entonces, llega a una primera conclusión: se trata de brujería practicada por la santería cubana con cosas de chinos y chinos que practican la brujería con santería cubana. Según su experiencia y su habilidad deductiva,  un chino había asesinado a Pedro Cuang, lo que no terminaba por saber el policía era si lo habían asesinado por venganza.
Hasta ese momento el Conde pensaba que había medio develado el misterio en torno al asesinato de Cuang, sólo faltaba averiguar algo que no encajaba: esas cuatro crucecitas en el círculo, crucecitas que no aparecían en la santería cubana desde hacía mucho tiempo.
            Es, justamente, esa mezcla entre las indagatorias policiacas y la santería cubana lo que le da un exquisito sabor a la lectura que se hace de Leonardo Padura, sin olvidar, claro está, ese sentido del humor que guarda cada uno de sus personajes. En La cola de la serpiente, la amistad entre Juan Chion y Mario Conde es medular. Las enseñanzas del chino son las que orientan a Conde en la investigación, sin embargo, la prudencia del chino es evidente pues detrás del asesinato de Cuang se encuentra involucrado el hijo de su mejor amigo, Francisco Chiu, a quien le muestra total lealtad y con quien comparte un pasado de complicidades.
            La cola de la serpiente es una novela policiaca, de esas poquitas que aún se pueden disfrutar, que no cae en la monotonía narrativa, en la que el personaje principal, el Conde, es un ser humano con vicios, pasiones y defectos; un hombre normal, que se enamora, que se entrega. Leonardo Padura mezcla, de manera perfecta, ingredientes esotéricos y de acción que mantienen al lector atento al desarrollo de la trama.
           


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