La cola de la
serpiente
Leonardo Padura. Tusquets Editores
"...
cada cosa, animal y persona viene al mundo con su propio camino, su propio tao,
pero a la vez no existe nada con la capacidad de ser eternamente invariable.
Todo puede convertirse en su contrario, la búsqueda de la felicidad puede
llevar hasta la desgracia y hasta la muerte, y el hombre sabio debe encontrar
el carácter esencial de las cosas y siempre observar las leyes naturales de la
vida, el tao marcado, la senda de cada uno, para poder entrar en posesión de la
sabiduría y llegar al conocimiento de la verdad", confía el chino Juan Chion a Mario Conde en La
cola de la serpiente (Tusquets Editores, 2011), la novela más reciente
de Padura quien también recibió hace poco el Premio Carbet del Caribe y del
Mundo por su novela El hombre que amaba a los perros.
La cola de la serpiente parte de un
hecho que, a simple vista, pudiera ser tan simple, tan cotidiano y que, sin
embargo, permite a Padura recorrer no sólo el corpus delicti sino, también, el corpus de una Habana casi en
ruinas: una ciudad abandonada y un pueblo resignado a vivir ese abandono: el
abandono de sus gobernantes, de sus funcionarios, del mundo y, por tanto, ante
ese abandono Padura retrata la triste resignación del pueblo, un pueblo que se
conforma, que aguanta, que espera pero ¿qué puede esperar un pueblo al que se
le obliga a soportar todo tipo de inclemencias?
Acostumbrado a la indiferencia de sus gobernantes, el pueblo cubano sólo
espera que no se corte la energía eléctrica para que el ventilador, en un día
caluroso, refresque la vida y, de igual manera, para no perderse la comedia
vespertina, ésa en la que las mujeres ahogan la esperanza y les hace más llevadera
la sobrevivencia a través de la vida de los personajes principales.
Fue precisamente durante uno de esos
días calurosos que Patricia Chion llegó a la casa de Conde para encomendarle la
solución de un crimen: el asesinato del chino Pedro Cuang, a quien habían
colgado del techo de su casa y, antes de dejarle abandonado, sostenido apenas
por un lazo del techo de su casa, le habían marcado el pecho con un símbolo
propio de la santería y le habían cortado un dedo de la mano. Este caso hubiera
pasado como un asesinato más a no ser que la encomienda del caso llegó de manos
de Patricia, hija de Juan Chion, uno de los mejores amigos del policía y uno de
los amores deseados por el policía y, también, porque ese símbolo trazado en el
pecho del muerto había despertado en Conde el interés por averiguar su
significado.
Las indagatorias en torno al
asesinato de Cuang llevan a Conde a adentrarse en el mundo de la magia, la
brujería y la santería. Para ello tiene que familiarizarse con símbolos de la
santería cubana por lo que acude a uno de los viejos nganguleros más importantes e influyentes de La Habana, Marcial
Varona, respetado entre todos los brujos de la Regla, meca de la brujería
cubana. Es Varona, babalao de la Regla de Ocha y conocedor de las prácticas de
la santería Yoruba, quien le informa a Conde que, el símbolo en el pecho del
muerto Cuang era Zarabanda, nganga,
una mezcla criolla de brujería. Esta primera escala en su viaje por el mundo de
la santería sorprende a Conde, pues durante las pesquisas en este mundo
esotérico se entera que nganga quiere
decir “espíritu de otro mundo”, un espíritu que, según palabras de Varona, es
más poderoso si se guarda en el cráneo de algún muerto conocido y, si es chino,
los resultados son excelentes. Una nganga
representa poder, un poder sin límites.
“En la nganga, que físicamente se reúne en una cazuela de hierro donde se
colocan varios atributos, se atrapa al difunto para que sea esclavo de un vivo
y haga lo que el vivo le ordene. La nganga
es poder y casi siempre se usa para hacer el mal, para acabar con los
enemigos, porque la nganga concentra las fuerzas sobrenaturales del cementerio,
donde están los difuntos, y las potencias del monte, donde están los palos
sagrados de los árboles, entre los que viven los espíritus…”
Leonardo
Padura se aproxima a cuestiones esotéricas desde el punto de vista de dos
culturas: la afrocubana y la china. Y es que, en un principio, Juan Chion
comenta a Conde que ese círculo con dos flechas y cuatro cruces pequeñas
grabadas en el pecho del muerto Pedro Cuang se relaciona con el héroe
mitológico Cuang Co, o san Fan Con como lo nombran en la santería cubana.
Es
esa primera pista la que lleva a Conde a recorrer los senderos de la brujería,
la santería y la mitología china, extraña fusión que le obliga a indagar aún
más y averiguar que san Fan Con es el dueño de la fortuna y, precisamente, el
símbolo marcado en el pecho de Cuang es uno de los más negativos: “el hombre
marcado por él sólo podía esperar todas las desgracias de los dos mundos: el de
los vivos y el de los muertos”. Conde, entonces, llega a una primera
conclusión: se trata de brujería practicada por la santería cubana con cosas de
chinos y chinos que practican la brujería con santería cubana. Según su
experiencia y su habilidad deductiva, un
chino había asesinado a Pedro Cuang, lo que no terminaba por saber el policía
era si lo habían asesinado por venganza.
Hasta
ese momento el Conde pensaba que había medio develado el misterio en torno al
asesinato de Cuang, sólo faltaba averiguar algo que no encajaba: esas cuatro
crucecitas en el círculo, crucecitas que no aparecían en la santería cubana
desde hacía mucho tiempo.
Es, justamente, esa mezcla entre las
indagatorias policiacas y la santería cubana lo que le da un exquisito sabor a
la lectura que se hace de Leonardo Padura, sin olvidar, claro está, ese sentido
del humor que guarda cada uno de sus personajes. En La cola de la serpiente,
la amistad entre Juan Chion y Mario Conde es medular. Las enseñanzas del chino
son las que orientan a Conde en la investigación, sin embargo, la prudencia del
chino es evidente pues detrás del asesinato de Cuang se encuentra involucrado
el hijo de su mejor amigo, Francisco Chiu, a quien le muestra total lealtad y
con quien comparte un pasado de complicidades.
La cola de la serpiente es una novela
policiaca, de esas poquitas que aún se pueden disfrutar, que no cae en la
monotonía narrativa, en la que el personaje principal, el Conde, es un ser
humano con vicios, pasiones y defectos; un hombre normal, que se enamora, que
se entrega. Leonardo Padura mezcla, de manera perfecta, ingredientes esotéricos
y de acción que mantienen al lector atento al desarrollo de la trama.
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