Últimamente las mañanas son frías, nubladas y amanecen con rastros de lluvia sobre el pavimento. Debo confesar que con mañanas como éstas, me resulta un tanto difícil abandonar el sueño y levantarme para los quehaceres cotidianos. Precisamente, inmersa en estas divagaciones en torno a la pereza y escuchando esa rola de El Gran Silencio, Dormir soñando…
“La vida, la vida, la vida qué es la vida
En tratar de comprenderla se nos va la propia vida…
Llena tu maleta de responsabilidad
Deja para mañana tu personalidad…”
…mis ojos encuentran una ventana que deja ver un foco encendido en lo que imagino una sala. De pronto un anciano asoma su rostro por esa ventana y se queda ahí, parado, observando detenidamente el ir y venir de los que en la calle andamos…
“La gente sólo observa la ropa y los hechos
más nunca siente lo que hay dentro de tu pecho…”
Sin saber por qué detengo mis pasos y trato de imaginar la vida de ese anciano.
“No estoy tan convencido de vivir en esta vida
no estoy tan convencido de vivir…”
¿Quién será? ¿Qué nos observa? Y la imaginación vuela. A cierta edad el hombre comienza por atender más cada uno de los momentos que pasan, se fija más en los detalles, en los minutos y sus sentidos se acentúan. Esto es lo que le sucede a Ernesto (así he nombrado a mi personaje), un anciano que vive con su única hija y sus nietos en un modesto departamento de Santa Lucía. Y Ernesto se acerca todas las mañanas a ver por la ventana esa vida que lentamente se le escapa. Ve a los niños tomados de la mano de la madre que los guía rumbo al colegio, a trabajadores y estudiantes con sus mochilas repletas de sueños y esperanza –la esperanza es un espejismo, se dice, un estado que se nos enseña a sentir para no desfallecer, para no ver la realidad – a mujeres formadas en la fila de la lechería y la vendimia que se establece en la banqueta y, por último a microbuses que llevan dentro de sí a un montón de personas que, incluso, van colgando de la puerta. Esta es la vida que se le escapa a Ernesto, estos son los momentos que añora vivir de nuevo pues, a cierta edad, el hombre comienza a temer, a aferrarse, a sufrir el apego aprendido durante muchos años.
Y Ernesto se queda ahí, frente a la ventana, mientras yo voy rumbo al trabajo a perseguir la parte de sueños que me corresponde, cargando mi maleta de responsabilidades y de una esperanza que poco a poco se congela dentro de mí, porque también, a cierta edad, el hombre es injusto y ciego con lo que posee y solamente se da cuenta de lo que tiene cuando encuentra a un anciano solitario mirando fijamente detrás de una ventana.
1 comentario:
Justo en estos tiempos me he preguntado mucho a cerca de la vida, a cerca de la muerte.
Y entre las preguntas me tope con tu blog. Esta muy padre, gracias por compartir estos pensamientos con... bueno con el mundo.
Publicar un comentario