Tómame en tus brazos,
Muerte Niña,
y téjeme el cuarto menguante de la luna,
despliega los lunes de mi rosario
y en el treinta y tres guarda un minuto de silencio.
Cóseme los labios,
zurce las palabras a mi lengua
y mi corazón oculta
del sordo lamento de las plegarias.
Dicen:
tienen ojos, pero no ven
tienen oídos, pero no oyen...
Entonces de qué sirven los rezos,
Muerte Niña,
mejor cóselos al corazón,
cercena mis labios
y en cada una de las plegarias de mi madre
sepulta los treinta y tres lunes
y aquel minuto de silencio.
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© De 𝘾𝙪𝙖𝙧𝙩𝙤 𝙈𝙚𝙣𝙜𝙪𝙖𝙣𝙩𝙚.
Noctis Ediciones. México. pág. 13
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