Apuntes en torno a Huérfanos
de Patrick Boulanger
De todos hay dos verbos que se imponen en la vida del
Hombre: nacer y morir. Hasta hace poco
yo había escrito: morir, verbo que arrebata… y hace unos días, justo cuando
leía Huérfanos,
de Patrick Boulanger, descubrí entre sus
versos la contraparte: nacer, acta de destrucción. Y en este nacer, en este
lanzarse desde la herida hacia esta otra parte, convocados a la vida y al
transcurrir, poco a poco nos damos cuenta de que en realidad solos venimos a
este mundo, solos transcurrimos (aun y cuando toda la vida tenemos a alguien
cerca, en realidad estamos solos) y solos morimos, solos nos vamos.
Efectivamente: el hombre es un ser destinado a la
soledad, destinado a cargar su orfandad desde el momento mismo en que llega a
este mundo, y la mayor parte de su vida, durante su transcurrir, se la pasa
buscando a Dios y buscando el refugio en esos seres que se dicen sus padres:
un bebé
grita
apesta
lleva a la horca a mis padres
a mis falsos padres
a veces
cuando me olvidan
me acerco al centro del mundo
dejo un beso
en su suave cráneo como manzana
y muerdo (p.31)
… pero en realidad
es un ser destinado a sentirse solo, a permanecer solo, a transcurrir solo; y
esta soledad es, de alguna manera, consecuencia de la orfandad a la que ha sido
destinado. La orfandad pesa tanto como la historia misma que carga, porque sí,
la orfandad ha estado presente desde el inicio de los tiempos, desde el momento
en que el Hombre fue lanzado del Edén; desde el momento en que el ir y venir
del hombre estuvo marcado por el abandono de un Dios que por primera vez
declararía muerto Hegel y que Nietzsche terminaría de darle el tiro de gracia.
Huérfanos somos todos, seres en
constante búsqueda, insatisfechos… siempre inmersos en el abandono; incluso
huérfanos de nosotros mismos porque a menudo nos traicionamos, muy seguido
quebrantamos nuestra palabra, casi siempre nos dejamos solos… nos fallamos. Y
dentro de la orfandad hablar también de formas y niveles: cuando
uno se vuelve huérfano de sus hijos – señala Patrick- los glaciares despiertan / el planeta se parte en sus capas / se ven
minas en las nubes/ y colmillos/ en la boca de los recién nacidos
cuando llega el turno de la mujer de preparar su equipaje
cuando ella se deja envolver en la brisa
algunas se ponen a bailar
como arterias abiertas
Patrick habla
también de la ausencia, y es que qué son las ausencias sino pequeñas rebanadas
de orfandad; y dentro de esta ausencia, dentro de esta orfandad, todos portamos
un número que nos identifica de todas las demás orfandades –porque ya dijimos
que son las orfandades distintas en su forma y en su historia-:
niño número 214
diseñado en Canadá
fabricado en Bangladesh
lávese a máquina
utilice un cloruro decolorante
séquese a marometas
si no está por completo satisfecho
regrese el producto en su estado original (p.55)
La orfandad es como
una muñeca rusa, en su interior se encuentran otras muñecas, algunas ya las
hemos descubierto: la soledad, la ausencia… también están los recuerdos de lo
que fue y ya no es y, por ende, la memoria – desde mi punto de vista - la más
cruel de todas. Es la memoria una muñeca que nos lanza sus dardos en formas de
recuerdos; son los recuerdos la ponzoña que se alimenta de nuestra voluntad y
es a esa voluntad a la que en cada momento le da la gana recordarnos que aún y
con tanta rutina, con tantos proyectos, con tantas cosas materiales no dejamos
de ser huérfanos, no dejamos de ser seres señalados por el destino, por el dedo
de Dios… incluso por la voluntad de Dios.
¿Quiénes somos? ¿Qué
signo de interrogación arropa nuestro nombre? ¿Cuántos rostros inacabados
poseemos?:
porque hoy no es un refugio
porque mañana podría ser el ariete
contra todas las puertas cerradas
me presento
soy este hombre de rostro inacabado (p.67)
Y de las ausencias
y recuerdos saltamos directo a la muerte, ese verbo tan molesto que nos obliga
a la orfandad de padres, de hijos, de hermanos… de nosotros… de Dios. La muerte: verbo que
arrebata, verbo difícil:
desembarazarse de sus muertos no es cosa fácil
aún si es necesario un lomo de madera
y una cabeza de acero
la mejor elección sigue siendo la tierra
porque un cadáver
flota en la conciencia
toma un tiempo insensato en consumirse
y yo que pensaba
que la muerte de los demás
no era más que una pequeña molestia (p.81)
Sea, pues, Huérfanos
de Patrick Boulanger el libro que, a través del verso, nos guíe por este mundo
repleto de abandono, de memoria y de ausencias.
Así sea.
Huérfanos. Patrick Boulanger. C&F Ediciones. Colección Rama del
Paraíso. Traducción de Gabriel Martín. Guadalajara, Jalisco, México. 2013.
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