Te digo que no me di cuenta qué sucedió, lo que sí es que fue muy incómodo llegar con Laura y sentir que todo mundo me miraba, como acusándome de algo. Llegué y los oficiales de la entrada se me quedaron viendo por largo rato. Yo no supe qué decir, pregunté por Laura y justo en ese momento ella salía de su oficina. Tomé la pluma y me registré. ¡Rayos! Hasta yo misma me acusaba de algo, tal vez de mi distracción, porque bien sabes que soy muy distraída ¡carajo! Como aquella vez que me salí del cine y dejé a las muchachas allá dentro. Me di cuenta de que algo me faltaba cuando ya estaba afuera y tuve que llamar al celular de Mary para que saliera por mí, pues ella traía las entradas. Pero hoy por la mañana fue el colmo. Me pasaron a la sala de espera porque Laura andaba en el segundo piso, me senté y había un señor en una de las computadoras, al parecer catalogaba libros. El señor, sin despegar el rostro de la pantalla, levantó la mirada y me observó, segurito y hasta él se dio cuenta. Yo hice como que no lo vi y quesque miraba los libreros enormes que estaban frente a mí. Me levanté y leí el lomo de algunos, libros de historia, de poesía, de Paz y de Sabines. Miré de reojo y vi que Laura salía de su oficina, sólo me atiné a preguntar ¿y ahora que qué jodidos hago? Era un hecho que Laura me saludaría como siempre y por tanto se daría cuenta, así que sólo atiné a alejar el brazo de mi cuerpo y ponerla sobre aviso, ¿Qué tienes? ¿Estas enferma?, me preguntó con esa sonrisa amable que tiene, No, es sólo que…, le respondí sin saber cómo terminar la frase, ¡Ah, ya! Me dijo y su sonrisa se desvaneció. Se sentó frente a mí, lo más lejecitos que pudo, y así estuvimos platicando hasta que mi autocrítica me obligó a dar por terminada la charla. De nuevo alejé el brazo de mi cuerpo, me despedí de Laura que, para consolarme, comentó que no me preocupara pues eso significaba buena suerte. Los oficiales me observaron como preguntándose qué había sido lo que me había pasado, y salí casi… no, no casi, salí corriendo.
De regreso al metro, me fui por la calle en la que había comenzado todo. Caminé lentamente y estuve observando balcones, techos, ventanas… pero nada, no había algo que me dijera quién o qué lo había hecho. Eran cerca de la una de la tarde. Tú bien sabes que a esa hora el metro va hasta su madre y comencé a trazar un plan para llegar pronto al depa. Para colmo, el metro se tardó buen rato en balderas. Yo iba replegada en una esquina, ocultando mi brazo y disimulando mi autocensura, pues ni eso bastó. Todo mundo buscaba algo y ese algo me señalaba y el metro nada que avanzaba. Ya a las quinientas el metro cerró las puertas y avanzó, ¡sí, cerró las puertas! y entonces a nadie le cupo la menor duda y todo mundo me miraba. Cuando llegué a Niños Héroes salí corriendo del vagón. Pensé que en la calle ya nadie se daría cuenta, pero no, mientras yo avanzaba la gente que quedaba detrás de mi marcha giraba la cabeza y seguía mis pasos con la mirada. Atravecé un mercadito y la gente que estaba comiendo pambazos y quesadillas de pronto dejó de comer. Cuando llegué a Álvaro Obregón yo ya corría. Faltaba poco para llegar al depa. Justo en la esquina de Chihuahua, había mucha gente comiendo tortas, ¡pa su madre! Me dije, bajé de la banqueta, corrí al portón y abrí desesperadamente.
Ya en el depa no me detuve a ver cómo había quedado mi blusón, sólo alcancé a ver una gran mancha color verde que había dejado incluso rastros de haber escurrido. Bien sabes que la caca de pajarito no huele y ésta ¡Santa Madre de Dios!, ésta hedía, apestaba, hasta ganas de vomitar me dieron. No sé, no sé qué sucedió ni qué fue, de lo que sí estoy segura, es de que no fue un pajarito el que me cagó encima.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario